Sant Jordi, “una nueva leyenda”.
El 23 de abril marca una Diada especial en Catalunya. En este 2012, envuelto de crisis y de malestar social, celebrar un día como hoy debería ser obligado para hacer renacer en nosotros la ilusión perdida. Obtener del caos el orden, del malestar la tranquilidad, del silencio la risa y de la indiferencia la belleza.
Casi todos conocemos la leyenda de Sant Jordi. No solo en Catalunya se celebra, es el patrón de Inglaterra, Georgia, Etiopía, Bulgaria o Portugal, y en el resto de España lo es de la comunidad de Aragón, así como de Cáceres y Alcoy.
La historia nos dice que Sant Jordi era un militar romano nacido en el siglo III en la Capadocia (Turquía). El santo, que servía bajo las órdenes del emperador Diocleciano, se negó a ejecutar un edicto del emperador que le obligaba a perseguir a los cristianos y por esta razón fue martirizado y decapitado por sus coetáneos. Muy pronto se empezó a venerar como santo en la zona oriental del Imperio Romano y enseguida aparecieron historias fantásticas ligadas a su figura.
La gesta de san Jorge y el dragón se hizo popular en toda Europa hacia el siglo IX bajo el nombre de “Leyenda áurea” y fue recogida por el arzobispo de Génova, Iacopo da Varazze, más conocido como Iacobus de Voragine, en 1264, en el libro ‘Legenda sanctorum’. En esta versión, sin embargo, la acción transcurría en Libia.
La versión de la leyenda más popular en Cataluña explica que en Montblanc (Conca de Barberà) vivía un dragón terrible que causaba estragos entre la población y el ganado. Para apaciguarlo, se sacrificaba al monstruo una persona escogida por sorteo. Un día la suerte señaló a la hija del rey, que habría muerto de no ser por la aparición de un bello caballero con armadura que se enfrentó al dragón y lo mató. La tradición añade que de la sangre derramada nació un rosal de flores rojas. (2008 por Clotet).
Es una historia bonita. Como casi todos los cuentos.
Ayer, y de forma casual -aunque esta casualidad nunca es cierta- escuchaba como un padre le contaba a su hijo el Día de Sant Jordi. El parque de la Ciudadela adornaba la explicación de manera asombrosa, el césped en el que nos encontrábamos los tres, separados por escasos metros hacía que el relato llegara de forma nítida a mis oídos y apartara de mis ojos el libro que tenía delante, la mañana era agradable y los sonidos del parque ahogaban de manera natural el bullicio de la Barcelona que nunca descansa.
La pregunta era sencilla:
– Papa, que es Sant Jordi.
– Unmmm, una realidad. –contestó, mirando al cielo-
La respuesta me distrajo de la lectura, pensé en el pragmatismo del caballero, en que le iba a hablar al pequeño de ojos grises sobre lo que ocurre en Barcelona ese día, lo que ya todos sabemos. Que equivocado estaba.
– Es una ilusión, te diría más Martin, es una necesidad.
Comencé a mezclar su voz con el sonido de los árboles y la luz de una mañana de abril. Yo empezaba a sentir la curiosidad de escuchar, igual que su hijo, incluso diría que más. El caballero lo miraba y llegó a acariciar de forma cariñosa el pelo del menor –como acariciar sino-.
– Mira Martín, cuentan los abuelos de los abuelos, que hace muchos años en una tierra lejana vivía un caballero –los caballeros eran señores que iban en un caballo y tenían mucho poder-
– Ahhhh
– …este caballero era una persona como te digo que mandaba mucho, que hacía que todo el mundo lo obedeciese, era como esos niños de tu clase, que siempre quieren tener la razón y que están chinchando constantemente y que es muy difícil no hacerles caso.
– si, como el Jaume
– jaja, si como el Jaume. Él solía hacer lo que quería con todo el mundo, consideraba que tenía derecho y que como no hacía daño a nadie, porque todo el mundo le obedecía aprovechaba para conseguir lo que quería. Su vida transcurría de manera agradable y cómoda. Pero el caballero no era feliz. No podía serlo, ¿sabes por que?
– no
– Pues es sencillo, no sabía lo que costaba nada, nunca le habían dicho que no, ni había tenido que luchar por nada, todo lo tuvo fácil. Cuando quería algo lo tomaba y lo disfrutaba, pero siempre durante poco tiempo ya que no había aprendido a valorar de verdad las cosas buenas que la vida podía darle, ni siquiera disfrutaba de las personas que por ella pasaban. Así fueron trascurriendo los años, en breves períodos de felicidad rotos por el capricho y el agotamiento. Un día llego al pueblo una familia nueva, eran campesinos, gente humilde. El matrimonio y una hija. La chica era rubia, con ojos bonitos y de sonrisa como las olas del mar.
Pronto el caballero quedó prendado. Y como siempre, tal como era costumbre fue a pedir –exigir- al padre de la doncella la mano de esta. Su sorpresa fue cuando el padre le dijo que no era algo en lo que el pudiese mediar y que el corazón de su hija y sus deseos solo pertenecían a ella misma, por consiguiente debía hablar con ella.
– ohhh –Martín miraba a su padre con expectación-
– El caballero poco acostumbrado a segundas opciones aceptó. Y se dirigió con su caballo a donde se encontraba la muchacha. Con aire de superioridad al llegar frente a ella y sin bajarse del caballo, contempló la belleza natural de la chica, sus ojos y su sonrisa le cautivaron desde el principio. –He venido a buscarte, le dijo- . La muchacha cerró las olas de su boca y le respondió un simple ¿como?. – Pues eso te digo muchacha, que recojas tus cosas y vengas conmigo.
Nada más lejos de la realidad. La muchacha no se asustó, todo lo contrario, le miró sobriamente como si la distancia con el caballo no fuese impedimento, despacio, serena y suavemente le dijo: “Necesitas aprender a valorar”, se giró y se marchó.
– ¿Y que pasó papa?
– Un milagro. La luz cambio de color, las nubes de algodón se tornaron grises y amenazaron lluvia, y el caballero que nunca había recibido un No giro las riendas de su caballo y se alejó lentamente. Durante mucho tiempo repitió y repitió, siempre obtuvo la misma respuesta de la muchacha.
Llegó a desesperarse, hasta que un día, cuando ya no podía entender más, comprendió. Se encontraba frente a un frondoso árbol, majestuoso, imponente y bajo sus hojas reflexionó, su padre interno le ayudó. Las lágrimas brotaron encharcando la tierra de sus pies, se dio cuenta de todo lo que había hecho, de como había conseguido no ser feliz a costa de los demás, de como solo había tenido en cuenta sus necesidades y se propuso que ya nunca más se iba a permitir repetirlo. Sus ojos estaban inundados y las lagrimas sedimentaron en el suelo las semillas de un rosal que con los días produjo las rosas más rojas y hermosas que jamás se vieron.
Una de esas rosas fue depositada por el caballero en la mano de la muchacha en señal de agradecimiento por lo que le enseñó, y después sin más que una sonrisa correspondida y mutua se marchó.
– Y luego que pasó papa
– Que el caballero entendió que para ser feliz se tiene que buscar en el interior, que lo más hermosos que tenemos está dentro de nosotros y la Rosa roja simboliza ese deseo para con los demás. Por eso se regalan las Rosas en el Día de Sant Jordi y todos nos sentimos orgullosos de recibirlas.
La versión es muy libre y solo pretende ser un relato oído y trascrito con casi total fidelidad, esperamos os haya gustado.
Desde Grup 7 Psicòlegs y su equipo profesional os deseamos un Feliz Sant Jordi 2012