DUELO

Su recuerdo invadía su pensamiento sin avisar, a traición, mientras lavaba los platos, mientras ponía la mesa, mientras estaba sentada en el sofá después de cenar, mientras paseaba por el paseo marítimo, mientras miraba el mar a través de la ventana de su dormitorio, mientras existía…

Recordaba en especial un momento concreto de sus 20 años de convivencia, por supuesto habían compartido muchos, muchísimos otros momentos, sin embargo, ese quedó grabado, indeleble, en su memoria. Era una mañana soleada de otoño y se encontraban abrazados en el espigón, rodeados por ese inmenso mar que veía cada día desde su ventana. Fue un abrazo intenso, profundo, sentido desde el alma, que los fundió durante unos minutos que parecieron la eternidad. Era capaz de rememorar su olor, su calor y su profunda mirada y, sobre todo esa frase susurrada al oído: “estamos en medio del mar, ¿te das cuenta?, pero abrazados estamos a flote”. Sí, era esa clase de abrazos que te ayudan a mantenerte a flote en la peor de las situaciones. Ese abrazo que sólo pueden dar aquéllos que sienten la vida de los otros, las emociones de los otros… Tan sólo bastaba un breve abrazo suyo para sentirse segura, imbatible, recogida y protegida…Cuando lo explicaba a sus amigas decían que exageraba, que estaba enamorada y, por tanto, obnubilada, no la entendían porque ninguna de ellas era abrazada de esa forma o no eran capaces de llegar a sentirlo. Una de sus amigas, diferente al resto, le hablaba de la conexión, de la sincronía… ella sí lo entendía, pues ellas dos compartían también estas sensaciones. Ahora sólo le queda su abrazo.

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Imágenes obtenidas de http://elblogderenee.blogspot.com/

Se siente cansada, y no es una mujer mayor, sin embargo, el peso de la vida se ha derramado sobre su espalda. Camina despacio, con la cabeza gacha, el pecho hundido y la mirada perdida, no hay nada importante que ver…le dicen que se anime, que ya va siendo hora de que lo supere. Su psiquiatra le ha recetado unas pastillas que le impiden llorar, está acorchada, le ha recomendado que se las tome como mínimo durante un año. Su amiga le ha recomendado que pida ayuda a una psicóloga amiga suya que la ayude a pasar el duelo, que la ayude a aceptar lo inaceptable para ella en estos momentos.

No ríe, sólo sonríe por compromiso y esta sonrisa forzada rompe sus bonitos rasgos. Le dicen que salga, que se distraiga, que todo pasará. Sí, todo pasa, lo sabe. En su no muy larga vida ha tenido que afrontar numerosas pérdidas y ahora todas ellas tienen su lugar especial en la memoria y en su corazón. Los recuerda sin aflicción, con cariño, con la distancia natural que te regala el tiempo. Le han recomendado que coja la baja, ella se niega, no podría quedarse en casa cada día con los recuerdos invadiendo sin pudor su cerebro que le provocan un llanto inacabable, ya no toma las pastillas, pero la tristeza no se licua, permanece en nuestra alma agarrándose fuerte. La pena le oprime el pecho, le encoge el corazón y le anuda la garganta, no se siente capaz de poder desprenderse de ella, quizás en el fondo no lo desea. ¿Qué pasaría si dejase de sentir el dolor de la pena?, lo olvidaría. Sí, eso creía, si ya no sientes dolor por el que amas cuando éste desaparece de nuestro lado es que ya lo has olvidado, lo has perdido definitivamente. La pena, entonces, se agarraba a sus entrañas y ella se aferraba a ella para no olvidar.

Ha empezado a hablar con su psicóloga de su dolor, ya puede verbalizarlo además de sentirlo. Es ahora un dolor escuchado, compartido, reflexionado. Ya no es solitario. Le dice que se dé tiempo, que viva ese dolor como algo natural. Cuando amas a una persona el dolor va de la mano siempre. “No podemos escapar a él, acompaña nuestra vida, es natural”, aunque en nuestra sociedad huimos del dolor, de la vejez, de la enfermedad como si fueran extraños a nuestra existencia, como si pudiéramos evitarlos y entonces tomamos medicación por casi cualquier razón (pastillas para alegrarnos, para no alegrarnos demasiado, para adelgazar, para engordar, para dormir, para despertarnos, para embarazarnos, para no embarazarnos, para no envejecer, para …). Pensamos en soluciones rápidas a nuestros problemas, en una vida acelerada, inmediata, no nos damos tiempo, no damos tiempo al tiempo. Aceleramos el curso del río y lo desbordamos, nos desmoronamos ante el dolor y nos olvidamos de buscar dentro de nosotros los recursos que poseemos todos para poder afrontar aquello que se nos presenta. O que nos ayuden a encontrarlos o a aprenderlos.

Los días siguen deslizándose lentamente y el vacío que la invade no se reduce, piensa que nunca lo hará. ¿Cómo llenarlo?, ¿con qué?. Y le preguntan: ¿Has de llenarlo?, o ¿aceptarlo y dejar que poco a poco cicatrice sin el olvido, sino con el recuerdo?.

Lo compartían todo, aunque cada uno tenía su espacio y disponían de él con libertad y respeto. Se amaban porque se cuidaban y se respetaban profundamente, muchas veces bromeaban con su primer encuentro, producto de una serie de coincidencias curiosas que los llevaría a encontrarse y, desde ese momento no se volverían a separar. Se tropezaron y ella fue a parar al suelo, él rápidamente la cogió y la abrazó pidiéndole disculpas… ese abrazo traicionero, reían. Fueron creciendo con el paso de los años y con la complicidad del otro. Él era un eterno estudiante, tenía una sed insaciable de conocimiento y ella, sin tener el mismo interés, crecía en su profesión, con sus nuevos proyectos profesionales que la hacían disfrutar. A él le gustaba verla ilusionada mientras la contemplaba desde la mesa del despacho como, con el ceño fruncido, meditaba sobre alguna nueva idea y llamaba a su amiga con la que compartía su negocio y debatían horas al teléfono las nuevas inspiraciones…  No rivalizaban, eran un equipo. Se alegraban del bienestar y de la felicidad del otro… compartían su afición al cine, al teatro, al deporte (les encantaba recorrer en bicicleta las vías verdes…). Y compartían también momentos de silencio, sin prisas y, momentos de caricias infinitas que erizaban sus pieles.

Esto no lo volverá a encontrar jamás, piensa. Era único y única su mezcla… y entonces la angustia y la rabia invaden su pecho que arde y se anuda aún más, si esto es posible. Su psicóloga le habla de las fases del duelo por las que toda persona que pierde a un ser querido atraviesa con el tiempo. En momentos las identifica claramente: negación (“no es posible que me esté pasando esto”, “volverá, está en uno de sus viajes, y un día oiré la llave en la puerta y escucharé su voz llamándome”); ira (“¿por qué tuviste que irte ahora que éramos tan felices?”, “¿por qué me has abandonado?”, “¿por qué nadie lo evitó?”); culpabilidad (“¿por que él y no yo?”, “¿Por qué no me di cuenta antes?”); depresión (“no podré vivir sin él”, “mi vida carece de sentido si ya no la comparto con él”); aceptación, aun se le resiste esta fase, en ocasiones piensa que “quizás cumplió con la misión que tenía, hacerla feliz y hacer felices a los que le rodeaban”, “debo dejarte ir, no puedo ser egoísta, te he retenido conmigo ya 20 años”. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones se siente deprimida, culpable e irascible. Todo acaba pasando… pero aun se resiste a que pase. Coge su foto entre sus manos y la mira y la besa cada noche antes de dormirse. Ya retiró las demás fotos del comedor y del estudio, pero ésta no puede, sentiría aún más la terrible soledad de su amplia cama. Su mirada acuna sus sueños y la acompaña siempre, como cuando lo recuerda y se queda ensimismada en medio de una conversación. Sigue estando ahí junto a ella, le cuenta cómo le va y se enfada con él por haberle hecho esto. Y luego va a trabajar y durante unas horas su cerebro se automatiza y no piensa en él, pero cuando sale del estudio en el que trabaja, aparecen su sonrisa, sus ojos, sus manos que le siguen erizando la piel y siente su calor. Pero le duele cada vez menos, consigue disfrutarlas y siente como su cuerpo reacciona a su imagen. Somos animales de fácil condicionamiento sonríe. Piensa en una caricia y se le eriza la piel, recuerda el suave roce de sus labios y el corazón se le sobresalta. Disfruta…

Con el tiempo y la ayuda de su gente ha conseguido dejarlo ir, ha permitido que siga su camino y ha comprobado que sigue en ella, que no ha desaparecido. Forma parte de su alma, de su corazón, de sus pensamientos y de sus proyectos. Vuelve a sonreír, vuelve a ilusionarse por seguir aquí y, sobre todo, se siente afortunada por haber compartido una parte de su vida con él y haber podido aprender tanto. Sobre todo ha aprendido a ser mejor, esta es su herencia.

Ya no se resiste. Se ha dado cuenta, por fin, que vive en ella.

VACACIONES

                 

         Nunca pensó que unas vacaciones iban a ser tan reveladoras.

Disponía de tres semanas escasas, arañadas del calendario y haciendo encaje de bolillos con sus compañeros de trabajo. La situación se repetía cada año. “Que si tú tienes más antigüedad, pero yo tengo niños…”. Cuántas veces había pensado en contratar los servicios de niños actores para representar la obra de “familia feliz y completa”. Esta idea no era original, la había tomado de una película, Familia, de Fernando León de Aranoa, en la que el protagonista contrataba a unos actores para que le hiciera de familia, a falta de una. Qué triste pensó en su momento al verla, pero cuando se acercaba el verano le daba vueltas y saboreaba el momento en que diría: “Necesito agosto, porque mis niños…”. ¡Las condiciones de las negociaciones han cambiado!, y poder ver la cara de estupefacción y desconcierto de esos padres modélicos… . Sí, sentía un fastidio profundo cada verano…

         A lo que iba, decidió tomarse unas vacaciones tranquilas este año, dejó de lado sus grandes viajes a tierras cuanto más lejanas y exóticas posibles y pensó en volver a sus orígenes. Una pequeña aldea perdida que aun conservaba un cierto encanto de lo auténtico. Allí residían sus padres, dos ancianos que iban mimetizándose progresivamente con aquel paisaje del que resultaba imposible despegarlos. Formaban un Todo, ellos, la aldea y el resto de los escasos habitantes supervivientes, como si el tiempo se hubiera detenido a jugar a despistar en pleno siglo XXI.

         Llegó un día caluroso y comprobó que ya había pasado mucho desde la última vez, diez años ya. Todo seguía igual y todo había cambiado. La casa familiar seguía en pie, fuerte, resistiendo el paso de los años con arrogancia, sólo algo nuevo, a su padre se le había ocurrido hacer crecer una parra en la fachada y que rodeaba la casa como lo hace una boa cuando se enrosca a su presa… Sus padres eran diez años más viejos aunque no sintiera que esos años también habían pasado para él, acostumbrado a que siempre le dijeran que aparentaba muchos menos años…vanidad masculina… Lo recibieron con gran algarabía, el primogénito volvía a casa. Se sintió querido, cuidado como hacía tiempo. Volvía al regazo materno y a la guía de su padre. Por un momento de confusión se creyó niño y se abandonó a tal sensación, a pesar de que las preguntas y los reproches de siempre flotaban en el aire: No nos vienes a ver nunca; siempre tan ocupado; trabajar tanto no es bueno; ¿cuándo te casarás?; te estás haciendo mayor para tener hijos, y un largo etcétera, que en ese primer día dejaría pasar. Sólo se concentraba en poder captar con sus cinco sentidos adormilados el hogar, el paisaje y ese inmenso cielo azul que le recordaba la mirada de la que está en la distancia…

         Llegó del viaje cansado, no sólo por la cantidad de quilómetros recorridos sino por los acontecimientos sucedidos en su vida en los últimos dos años. Demasiado grandes para un alma tan pequeña. Había vivido a gran velocidad, había devorado los años, había estado corriendo en una carrera a contrarreloj como los ciclistas de competición y había conseguido un éxito profesional más que aceptable, sin embargo los acontecimientos se habían precipitado en cascada sobre él y se sintió ahogado. Sentía una presión continua y sorda en el pecho que le obligaba a suspirar continuamente y por primer vez en su vida notó allí un dolor profundo, pensó “padeceré del corazón”, y se asustó, apreció lo corta que podía ser la vida. Pero no era un dolor que proviniese de su corazón, sino de su interior, de su alma. Por primera vez pensó en el alma. También, por primera vez todo sucedía sin su control. Y se angustió. Él que todo lo tenía controlado y que además siempre le había funcionado esta forma de hacer, ¿qué estaba sucediendo ahora? y, ¿por qué?. ¿De qué le estaba avisando la vida?. Eso había venido a descubrir en estas vacaciones aunque aun no lo supiera.

         Nunca se había planteado, como otras tantísimas cuestiones, que la vida tiene su propia vida y te sacude un buen derechazo cuando menos te lo esperas o te premia con la mejor de las sorpresas. De esto último sabe algo y, recuerda cuando la conoció. De nuevo en época de vacaciones debía decidir entre hacer una ruta en coche por la Camargue, en el sur de Francia o hacer un viaje fantástico a Vietnam. Todos sus amigos le recomendaban la segunda opción, pero en el último momento decidió viajar solo por la Camargue. ¿Solo?, le preguntaron, ¿estás loco?, ¡qué aburrimiento, viajar solo!. Y él pensó, mejor solo que mal acompañado o peor aun, acompañado solamente, como muchos de vosotros acomodados a una vida comme il faut. Y allí, en una terraza de una encantadora casa de huéspedes la encontró, enfrascada en la lectura… Y desde entonces sus espíritus nunca se han vuelto a separar.

         En sus largos paseos por la aldea, no se puede hacer otra cosa…, recordó los últimos tiempos y más allá, su vida entera. Se lamentaba: ¡Qué vida me ha tocado vivir!, a lo que automáticamente le venían a la mente las palabras sabias de un maestro hindú que había conocido hacía no mucho tiempo: Es la vida que tú has escogido con todas las decisiones que has tomado y las que has dejado de tomar. Así es, era quien era y estaba en donde estaba por todas esas decisiones. Por supuesto, habían ciertos límites a los que se hallaba sometido, sus genes, los circuitos neuronales, su educación, su personalidad, su país, la política, la economía y un largo etcétera, pero con todo, la toma de decisiones le había conducido como una hoja arrastrada por las aguas del arroyo a la aldea. A encontrarse de frente con sus recuerdos, su presente y su incierto futuro.

         Sólo lo que os explico le podía ocurrir allí, aunque aun desconocía este punto. En aquel paraje de verde insultante, rodeado de riachuelos de agua tan fría que congelaba hasta los pensamientos más ardientes, empezó a mirar, que no a ver. Y se dio cuenta de lo que le rodeaba, naturaleza, y no sólo plantas en el balcón. Se dio cuenta y al hacerlo se inició un proceso que le llevaría al abismo de sí mismo.

         Fue tomando conciencia de su Ser. Un ser compuesto de cuerpo, mente y energía. De un cuerpo por el que los años pasados habían sido indulgentes con él; una mente en estado de letargia y una energía que acababa de descubrir de la mano de la práctica del yoga. El dolor del pecho le había asustado muchísimo y siguió los consejos de una buena amiga, “te iría muy bien hacer yoga” y, con todo esto inició su revolución. Hacía unos días le comentaron que la vida tenía ciclos de siete años en los que el cuerpo se renueva y la vida de las personas sufren un cambio si están preparadas, y si no lo están, deberán esperar al próximo ciclo; cierto o no, ya tenía 42 y como una profecía, su vida estaba cambiando, estaba sufriendo una metamorfosis. Y ahora, en la aldea, se encontraba extrañamente seguro y cómodo en ese lugar distante de todo y todos, y estaba dispuesto a todo.

         En uno de sus paseos se encontró con la Sra. María, una anciana de 80 años que no los aparentaba y hablaron del pasado y del pasado y del pasado. La Sra. María tenía la memoria llena de pasados, de memorias lejanas, mientras las memorias recientes eran escupidas al olvido por su cerebro. Su disco duro estaba lleno. Padecía Alzheimer. Los pasados de la anciana eran buenos y malos, pero debido a su carácter sólo recordaba los malos. Como en una cinta sin fin rememoraba la guerra civil, el hambre, los muertos, la emigración, los rencores familiares y vecinales, los miedos infantiles arrastrados hasta hoy… No se fiaba de nada ni de nadie, sin ser paranoica, siempre pensaba que no la querían. Era una mujer insatisfecha, siempre valorando y añorando lo que no tenía, olvidándose de lo que sí tiene… Así, su saco de felicidad se encontraba en un proceso de vaciado continuo, infinito. Esperaba que los demás le diesen esas dosis de felicidad que necesitaba. Gran error. La felicidad está en nosotros, sólo que no sabemos verlo. Si soy feliz con mi coche, sólo lo seré cuando lo conduzca; si soy feliz sólo si tengo a la persona amada a mi lado, cuando no esté junto a mí, la mayor de las infelicidades me cubrirá. Esto lo aprendió él, casi sin percatarse, de a poquito, al conocerla en aquella terraza. Sus vidas estaban irremediablemente unidas por un fino, pero fuerte hilo que era el amor que se profesaban. No compartían una cotidianeidad común, habían decidido no decidir, dejarse llevar y así, con respeto, compartían más que la mayoría de parejas al uso. Se estimulaban mutuamente, sin rivalidad y sabían de la necesidad del otro a tener su propio espacio íntimo, personal. Se observaban con minuciosidad, sin egoísmo, ocupados sólo en el bienestar del otro. Sabían también que todo tiene un principio y puede tener un final, ya lo habían experimentado en unas cuantas ocasiones, pero eran conscientes de que “cada uno es separado, completo e independiente, entonces ¿por qué esperar algo de los otros?” como dice el maestro Vivekananda. Eso les había ayudado a no esperar nada del otro, porque las expectativas que nos creamos son proyecciones que realizamos sobre los demás y esperamos que nos colmen sin ver quiénes son y qué nos pueden dar en realidad. Entonces nos volvemos demandantes y quejumbrosos, y culpamos al otro o a nosotros mismos cuando no conseguimos lo que queremos, cuando probablemente deberíamos cambiar de otro o simplemente ver la realidad de uno mismo y del otro. Sin engaños. Esforzándose habían conseguido no apegarse y poder disfrutar con libertad de su compañía, bebiendo a sorbitos y paladeando cada momento. Dándose Cuenta… La Sra. María se apegó a todo lo apegable, no sabía que el apego generaba aflicción, y la tristeza, la rabia y el desconsuelo invadieron sus entrañas y sus memorias que entonces ya supuraban fatalidad. La Sra. María tenía dos hijos, modélicos, son como deben ser, eso sí, van al psicólogo, a vaciar memorias adquiridas…

         A momentos, cuando charla con la anciana se ve reflejado como cuando el espejo te escupe la peor imagen de ti mismo. La observó con una tristeza infinita y se prometió a sí mismo luchar contra todas las Sras. Marías que tenía dentro, contra los miedos que le habían impedido crecer como persona y que le estaban haciendo lento y fatigoso el paseo por la vida, y peor aún, se lo había ido contagiando a los que más quería. Lucharía contra la letargia, contra la insatisfacción, contra su incapacidad de decir no, contra su preocupación constante por la aprobación de los demás, contra la dependencia, contra todos esos pensamientos negativos que invadían y producían su mente con una capacidad saboteadora desarrollada y sumamente perfeccionada en sus 42 años de vida. Con esfuerzo conseguiría reconstruirse, recrearse; sólo con esfuerzo el cambio y la superación se consiguen. Supo entonces que debía aprender a bucear en lo más hondo de sí mismo y enfrentarse a sus demonios, unos heredados, otros aprendidos y otros creados por él mismo. Sin prisas, las prisas son enemigas del crecimiento.

         Observaba el rostro de sus padres surcados por la serenidad, el tiempo y la sabiduría, escuchaba el zumbido de las moscas por el pequeño comedor y el piar de los gorriones apostados en los cables de la luz de la calle y, percibía como el aire fresco del atardecer que se colaba por las ventanas entreabiertas acariciaba su cara, su cuello, entonces volvió a descubrirse sorprendido que todo lo captaba con una novedosa capacidad perceptiva. Lo sentía en su piel que se erizaba como cuando ella le acariciaba suave y lentamente con la punta de los dedos; lo sentía en su corazón que se hinchaba de tranquilidad y Amor. Todo lo sentía a conciencia y se iba fundiendo con todo ello, dejando de Ser Él. Estaba consiguiendo dejarse fluir, abrir su mente, mejor aun, romper la barrera que es su mente. Y dio las gracias.      

         Cuando sus padres entraron en casa después del paseo de las siete no lo encontraron, lo buscaron, gritaron su nombre por la aldea, pero ya nadie les respondió. Había dejado de Ser el que habían conocido. La metamorfosis se había completado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuento de verano

Sólo la lejanía vista desde Finisterre era más profunda que el vértigo que se producía en su mente. La simbiosis de células neuronales, materia gris y sentimientos pertenecía a RunRún. Claro, ese no era su nombre. Lo acuñó el papá de RunRún al poco de nacer, y se convertiría, de manera especialmente descriptiva, en su mejor definición, en una especie de designio que lo perseguiría, por delante de él, hasta el resto de sus días.

Los sonidos guturales que se reproducían, de forma involuntaria y mágica, cuando sentía a su alrededor emoción, eran el origen de su apodo. Siempre fue así, siempre sería así. RunRún, resonancia como la del gato regocijándose frente a la calidez de una caricia, como la esperada evolución de un vino a la espera de ser descorchado para su disfrute, como la dulce sensación del azúcar madurado en el corazón de una fruta…sin más RunRún.

            No sabía como lo hacía, es más ni siquiera se había planteado hacerlo, pero azotaba consciencias, removía pensamientos, desequilibrada enquistaciones. Ya de pequeño tenía dudas acerca de si las “cosas” debían ser como eran, no entendía la desigualdad, la discriminación, ni siquiera contemplaba diferencias en los colores. La vida no fue fácil para alguien que no podía entender la existencia sin armonía, sin equilibrio. Le costaba aceptar –de hecho no lo hizo nunca- que resultaba muy difícil que lo justo fuera lo usual, que el sol saliera igual para todos independientemente de su posición en la tierra, que las medicinas llegaran a quien las necesitaban y no fueran los necesitados los experimentadores que generaban las enfermedades, que el trabajo tuviera un justo precio y no acabara con las ilusiones de los asalariados, que el dinero no fuera exclusivamente de quien lo tuviese.

            Desde su adolescencia y sobretodo en la madurez de su vida adulta, su expresión se arrugaba frente a las palabras que alcanzaban sus oídos –“que más da”, “total por un papel”, “sí no son de aquí”, “es mi mujer y me debe obedecer”-, sus ojos se tornaban fríos en la expresión, sus labios se apretaban para abrirse sin freno frente al torbellino de palabras que pronto surgían, no siempre conseguía remover o conscienciar, pero eso tampoco era lo que pretendía, ¿entonces que pretendía?, que sencillo era la respuesta, ser consecuente con él mismo, aceptando sus propias limitaciones e incluso doliéndose por cuando él mismo cometía pequeñas injusticias. El poder trasladar sus ideas ya era suficiente, luego cada quién.

            El mundo se definía por su mirar de lado, pero no para RunRún. Ya en el colegio le parecía injusto tener un lápiz si su compañero no tenía otro y compartía el suyo, lo partía con la rodilla –quizás ya fuera la señal de que utilizaría cualquier parte de su cuerpo para evitar las diferencias-. Era inimaginable no mirar de frente.

            El planeta azul se devenía en multitud de conflictos, guerras, traiciones, hambre, cambios globales de temperatura, sequias e inundaciones…inacabable. Pero todo ello no era lo que más preocupaba a RunRún. Todo ello era la consecuencia, el efecto de lo que el ser humano le causaba al ser humano. No hay que solucionar si se previene.

            Serviría con poco, pensaba. Ingenuo le decían, de iluso lo tildaban. Sus teorías eran demasiado simples para un problema tan grave. Dar los buenos días y saludar con una sonrisa. No buscar el aprovechamiento propio sino la colaboración común. No utilizar más de lo necesario para que otros se pudieran servir de lo que nos excede. No mirar el color de los ojos, la piel o la religión para entender que detrás de las mascaras, ropas, sexo, ideologías, sólo, sólo hay un ser humano, tan parecido a nosotros que el único juez que lo equipara es el tiempo. Nos sentimos orgullosos de los grandes escritores, descubridores, inventores…pero después, después que el tiempo los juzgara. No somos buenos visionarios, somos incapaces de ver lo que tenemos tan cerca, la sencillez de un apretón de manos, la risa explosiva de un niño o el lento avanzar de quien ya lleva muchos años caminando. RunRún, “el ingenuo”, pensaba que si tuviéramos más en cuenta al cercano no nos deberíamos preocupar de las desgracias lejanas, ya que en la proximidad resolveríamos y evitaríamos todo lo que generamos.

            Ojala el runrún de RunRún fuese algo menos extraño, quizás si en nuestras mentes tuviéramos más acercamiento social este no sería desgraciadamente sólo un cuento de verano.

 

EL METRO SE PARÓ POR UN SUICIDIO

La pasada mañana de viernes se ha parado el metro, nos han hecho salir y el conductor nos ha dicho que “ la línea de metro se había parado por un suicidio”. VIERNES, el día favorito de la semana para muchos de nosotros, alguién ha decidido poner fin a su vida.

Hemos salido todos apresurados buscando la manera de llegar a nuestro destino. Me ha llamado la atención que el metro se había parado por un SUICIDIO pero nosotros seguíamos corriendo. Claro que no conocíamos ni vimos a la persona que había puesto fin a su vida de esa trágica forma, ¿quién era? ¿ qué le hizo hacer eso? ¿ por qué ? Sólo fuimos testigos de su final. Qué duro acabar así …a pesar de la dureza o quizá por esa razón no dedicamos un minuto al hecho

Observe a la gente y pensé ¿qué nos pasa a todos? ¿no podemos parar un segundo? sentí escalofríos ante el hecho de que alguién hubiera sido capaz de quitarse la vida y de esa forma. El llegar tarde era una nimiedad ante lo que acababa de ocurrir. No podía molestarme, no eran causas técnicas, era una causa muy humana. Las caras eran de prisa, no creo que seamos insensibles sino más bien que nos hemos acostumbrado a llevar un ritmo de vida acelerado, corremos, hacemos… Paramos cuando la vida nos obliga porque enfermamos  o porque de repente tenemos síntomas de ansiedad y no sabemos qué nos pasa. Ya nos pueden bombardear con la importancia del espacio propio, de la relajación, de desconectar, que ponemos la excusa de que no podemos perder el tiempo. Yo intento “perder el tiempo un poco” porque de esta manera se aprovecha y se disfruta más y mejor. En definitiva, el tiempo ni se gana ni se pierde (no es como el fútbol) simplemente pasa.

El desgraciado incidente de esta mañana me hizo reflexionar, me di cuenta de que incorporar pausas en mi ritmo hacen que  pueda sentir, permiten reflexionar y también desconectar. No interfiere en el ritmo de las actividades diarias, se puede incorporar sin que suponga un retroceso en nada.

Sería bueno concedernos un respiro para  que el ritmo de vida actual no acabe por asfixiarnos.

Mi historia se puede parecer a la de cualquier madre

Incluyo en nuestra sección “Para pensar” un escrito al que no puedo ponerle palabras, si lo definiera creo que no acertaría a colocarlo en su justo lugar. Merece ser leído. Pertenece a una madre y a un padre que hablan de su hijo. Esta escrito con el alma, con la emoción y carece de amargura, pena o conformismo. Toda una lección de amor que Maite nos ofrece. Leedlo.

 

Mi historia se puede parecer a la de cualquier madre, dulce espera,  a medida que crece tu vientre y ves que se acerca el día, en tu interior vas haciendo planes, imaginas su cara, piensas en su nombre, arreglas su habitación.

Cuando nace un hijo/a con problemas, la primera sensación es la de que tu mundo se derrumba, pensamos en el sufrimiento que va a tener nuestro hijo/a. Con el tiempo he aprendido que sufrimos porque nuestro patrón de hijo/a, no va ha ser el que esperamos, que caminará pronto, irá al colegio, estudiará se hará mayor…todo lo que debe ser normal.

No se puede estar preparado para un hijo/a con dificultades, pero si conociéramos la personita que nos va ha venir, no sentiríamos tanto miedo a lo desconocido, si desde que llegan a nuestra vida les viéramos simplemente como hijos/as que van ha necesitarnos un poco más, estoy segura que se disiparían dudas y temores. Actuaríamos en consecuencia.

Todos tenemos en mayor y menor medida alguna disminución, alguna carencia, necesitamos de otros para complementarnos. Somos individuales  y únicos, no podemos mirar al diferente como si solo él necesitara de atención.

 

             Mi hijo nació de ocho meses de embarazo, con una lista interminable de anomalías, y según los médicos con pocos días de vida.

Creo que todas las personas  vienen a este mundo con un firme propósito, el de mi hijo es el de hacernos felices. A pesar de su débil salud, sus muchas intervenciones, días de hospital, él, mi gran motivo de vida, decidió no dar la razón a los médicos cuando le dieron tan poco tiempo, él tenía mucho que ofrecernos, muchos planes por cumplir.

Mi hijo es un muchachote de 24 años, siempre está alegre, él decidió estar con nosotros, y nos ha dado más de lo que nosotros quisimos darle.

 

Cuando te dicen que tu hijo que acaba de nacer tiene problemas, en el interior de tu alma, se pone en marcha un mecanismo que no conocías de protección hacia ese ser indefenso,.

 

Es muy importante sentirse fuerte para poder afrontar la dificultades que nos esperan.

Es esa fuerza la que transmitimos a nuestros hijos, esa seguridad la necesitan ellos, deben sentirse muy queridos, nosotros decimos que nuestro hijo vive de los besos,  lo llamamos “beso con patas” por todos los besos que da y pide al día.

 

Hemos educado a nuestro hijo con disciplina, enseñándole a distinguir el bien del mal,  pero lo hemos mimado mucho, aunque no consentido.

Ahora tenemos un muchachote alto, que no entiende la vida sin sus besos, desde el Centro le dicen que no se dan tantos , que es mayor, y él allí se comporta, pero, en la intimidad se nos cuelga para darnos apretones (que ya son fuertes) y decirnos cuanto nos quiere, a nosotros se nos hace muy cuesta arriba dosificar las muestras de cariño.

 

Al saber que Agus no tendría futuro, no le preparamos para la vida adulta, intentamos que fuera todo lo más fácil posible, que tuviera una vida cómoda, llena de besos y caricias.

 

A nuestros ojos aún lo vemos pequeño, (mide 176 cm) ya hace tiempo que miro hacia arriba para ver su cara.

A nosotros el llevarlo cogido, es una forma de controlar los peligros y él se siente más seguro.

Sabemos que no le hacemos ningún bien, muy al contrario, está tan acostumbrado a ir de la mano que no sabe mantener una marcha normal al caminar, no sabe qué hacer con las manos cuando se siente suelto, camina todo en un bloque.

 

Los padres tenemos tendencia a proteger a los hijos más débiles, nosotros solo lo tenemos a él, lo hemos protegido en exceso, le hemos facilitado la vida, esto es un error.

En casa intento no ayudarle cuando me llama reclamando mi atención, miro disimulada para ver si puede ponerse esos calcetines que no suben, intentando abrocharse los botones, esa espalda que acaba de secarse…..me controlo las ganas de acudir, sufro al ver cuanto trabajo le cuesta lo que para nosotros es tan fácil.

A veces no puedo reprimir un sentimiento de culpa, y otras me da una ternura intensa, y doy gracias al ver que consigue hacer aquello que lleva tanto tiempo intentando.

 

Para los padres que ven crecer a sus hijos con normalidad, todo va muy deprisa, para nosotros cada logro es una alegría y una celebración.

Sus primeras palabras, tardías y apenas ininteligibles, sus pasitos que tanto tardaron, cuando cogio el cubierto solo, cuando te mira y ves que te ha entendido, el primer dibujo, todo lo que hace por primera vez, ya que todo es un regalo.

Agradezco que se tome sus medicinas sin ponerme mala cara, me hace la vida  más fácil, debe ser muy fastidioso que te estén molestando con jarabes, inhaladores, pastillas, gotas…… él no se queja, al contrario, me recuerda que le tengo que dar su medicina. Él sabe que es para ayudarle a mejorar.

Nuestros hijos se merecen todos los besos del mundo!!

 

También agradezco su paciencia con nosotros, sus padres, jugamos y le gastamos bromas, que él encaja y comparte, por la noches al acostarse, primero voy yo para arroparlo bien, le doy besos un achuchón, y buenas noches. Pero…lo mejor viene con su padre, es toda una ceremonia que se repite pero que los dos esperan cada noche.

En la cabecera de su cama tiene una trompeta que usa para llamar a su padre, cuando la oye, entra en su habitación para darle el beso y Agus se tapa la cabeza diciendo “no hay nadie” los dos juegan y ríen, por más tiempo que pase ellos siempre esperan ese momento para dormir.

Nosotros estamos contentos de su inquietud, está descubriendo cosas, le dan responsabilidad y eso le hace sentirse mayor.

Hay una parte de ellos que evoluciona como cualquier persona, su cuerpo, sus sentimientos, emociones, ……..

Otra parte  se quedó en la niñez. Tienen esa  mezcla  que los hace tan cercanos, cuerpos de adultos con mirada de niños. Su ingenuidad los hace dulces, siempre dispuestos a regalarte una sonrisa. Nada egoístas, muy bondadosos.

Es esa ingenuidad la que los hace tan vulnerables y tan frágiles ante el mundo.

Resulta difícil ponerse en el lugar de otras personas, ponernos en su piel, -es un ejercicio que deberíamos practicar-

Muchas veces he querido saber qué pensaban los que me miraban con cara de  circunstancias, mi familia, mis amigos, vecinos, conocidos…

Cuando me cruzo con padres de hijos “especiales” pequeños, pienso en la angustia que deben estar pasando, y me gustaría decirles que disfruten de sus hijos sin diferencias, que les darán muchas más alegrías de las que esperan, que son trocitos de dulce que nos hacen ver la vida mucho más sencilla.

Nosotros nos hemos unido en torno a Agus, intentamos tener una vida lo más normal posible, no hemos hecho de nuestra vida un drama,

al contrario, somos optimistas y si nuestro hijo está bien, hay alegría, risas, mi marido  dice que seremos siempre jóvenes, porque Agus siempre será un niño.

Esta alegría nuestra a veces no es entendida desde fuera, no entienden que una familia tan “especial” parezca tan contenta.

Para nosotros las preocupaciones pequeñas no cuentan, hemos aprendido a ver lo bueno de la vida, apreciar los momentos en los que estamos bien y no perder el tiempo en cosas banales, reír y disfrutar, olvidarse de todo lo que nos pone tristes y regalar una sonrisa a quien te mira, además es gratis.

Seguiría hablando y llenando páginas con anécdotas y comentarios sobre mi hijo, pero creo que ya me he excedido mucho por hoy.

 

31- marzo 09